Barro Moldeado
Homero Carvalho Oliva
En el camino no importa tu nombre, solo tu presencia, y el tiempo se mide por los pasos que has andado. Caminando descubrí el poder de la inmensidad, la esencia que sostiene al mundo en comunión con el cosmos, el alma grande de la naturaleza que todavía no ha sido desacralizada, la palabra de la naturaleza y la mía se volvieron una sola y sentí que era nadie, pero al mismo tiempo era dueño de todo lo que veía.
La distancia entre lo que ves y lo que sientes no está en tus pies, está en las palabras con las que describes el paisaje, porque el paisaje también eres tú y por tanto es una expresión del ser; todos los paisajes por muy agrestes o desolados que parezcan siempre tienen algo que decir y existen palabras sagradas para nombrar a la naturaleza. Esta fuerza nominativa es poética y tu espíritu lo sabe, si encuentras las palabras apropiadas tendrás una experiencia estética, el paisaje se moverá en tu interior y el horizonte será tuyo, comprenderás que la Arcadia también puede estar instaurada en tu jardín.
Una noche, a cielo abierto, bajo las estrellas, donde el silencio es el mundo, descansando de la jornada en una apacheta, tomé una piedra, de esas que han resistido los cataclismos, y froté con ella mi cuerpo desnudo para que se lleve todo mi cansancio y me renueve la energía cósmica; con la energía alcancé mi cábala, comprendí que la Divinidad reposa en mí y ella se despertó para comunicarme con el Universo.
La noche fue una pascana que me permitió el reencuentro conmigo mismo y me ayudó a comprender la raíz de mis cobardías, de mis vanaglorias y de mis excesos, así como la de mis efímeras victorias; asumí que la sabiduría es aceptar la metamorfosis de todas las cosas y decidí salir de mi sombra y ser el espectador de mi propia vida.
Ver y oír se volvieron un solo sentido, tuve la sensación de estar viendo con los oídos y de estar escuchando con los ojos, y se me revelaron cosas sobre mí mismo que me sorprendieron y pronto descubrí que muchas de ellas partieron conmigo y, si bien no pude obtener todas las respuestas, sentí que, desde adentro mío, algo o alguien me ayudaba a formular las preguntas precisas.
Entonces llovió en mi interior y me sentí barro moldeado por la noche estrellada. Dejé de pensar y el Universo me pensó.